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La Ciudad |Vida saludable

Pornografía alimentaria y obesidad: historias de platenses que les dan batalla

“Porn food” alude a imágenes exageradas de comida para estimular su consumo. Cómo regular las porciones para no caer en la restricción y los atracones. Hablan una nutricionista y pacientes de la Ciudad que se sometieron a un bypass gástrico

Pornografía alimentaria y obesidad: historias de platenses que les dan batalla

EL ANTES Y EL DESPUÉS DE SOLEDAD PADOVANI. LLEGÓ A PESAR 202 KILOS. DECIDIÓ OPERARSE TRAS LA MUERTE DE UN FAMILIAR Y CUANDO CAYÓ EN LA CUENTA DE QUE “MERECÍA ESTAR BIEN”. PARA NO REGANAR PESO, CONTROLA MUCHO LAS PORCIONES

Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

17 de Marzo de 2024 | 05:43
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La palabra pornografía nos conecta sin escalas con cuerpos voluptuosos al desnudo, en determinadas acciones que son expuestas para provocar deseo por la evocación del placer. ¿Y si hablamos de pornografía alimentaria? Descarten esa imagen.

El porn food (en inglés) o pornografía de la comida, alude a fotos o videos sugerentes de alimentos, exhibidos de manera tal que despierten instantáneamente el hambre o las ganas de consumirlos. La médica especialista en Nutrición Mónica Katz fue quien introdujo esta terminología en el país y habla de supraestímulos o estímulos que son irresistibles. “Todo aquello que sea exagerado atrae nuestra atención. ¿Qué hace la pornografía? Hace público lo privado, y muestra enormes pechos y miembros”, publicó recientemente.

“Es un concepto de hace varios años, relacionado a las conductas que el ser humano tiene frente a un alimento”, explica la licenciada en Nutrición Sofía Canonge (MP 4959), que se impone “cada vez más por las redes sociales, ya que estamos frente a una constante incitación de imágenes de comidas muy apetitosas y en grandes cantidades”. Pone como ejemplo una hamburguesa con cuatro medallones de carne o una porción gigante de torta, que “nos generan un estímulo y la necesidad de consumirlos, para tener esa sensación explosiva en el paladar, que nos da placer”.

Los estímulos con los que convivimos y confrontamos a diario no se limitan a la comida, está claro, pero la alimentación nos atraviesa todo el tiempo. Y las decisiones, o elecciones, son cotidianas y constantes. Las regulaciones pueden ser externas, como los sellos negros que indican si un producto procesado o ultraprocesado tiene exceso de calorías, grasas saturadas, grasas totales, sodio y/o azúcar; o individuales y personalísimas.

Canonge prefiere la multiplicidad de acciones: “Generar ambientes públicos seguros para evitar esta incitación constante y también un ambiente seguro en casa, teniendo alimentos más naturales, como verduras y frutas. Las personas que no se pueden controlar frente al estímulo de estos alimentos, es mejor que no los tengan en su casa”, recomienda. Además, la especialista pone el foco en la información que pueden brindar “las escuelas, por ejemplo, y en la necesidad de empezar a hablar de porciones, como están haciendo ya algunas empresas que promocionan la porción de un alimento y no la cantidad, ni el exceso”.

En definitiva, insiste la nutricionista, “tenemos que aprender a convivir con estos alimentos y poder consumirlos de manera no tan excesiva”, porque nos han “programado” para comer hasta que no quede más y desde hace casi 50 años las porciones ofrecidas por el mercado aumentaron significativamente, como la epidemia de obesidad en todo el mundo. A esto nos enfrentamos: tortas más grandes y con más azúcares, hamburguesas enormes que apenas podemos meternos en la boca y baldes de pochoclos cada vez que vamos a un cine.

“ME ACHICARON EL ESTÓMAGO, PERO MI CABEZA ES LA MISMA”

A los 37 años Soledad Padovani llegó a pesar 202 kilos. Hoy, con 49 y después del bypass gástrico al que se sometió entonces, la balanza le devuelve 75 kilos. Llegó a esa intervención después de un tratamiento con abordaje integral de seis meses, que incluyó médicos nutricionistas, preparadores físicos y una psicóloga “que me ayudó a bajar las porciones, porque me achicaron el estómago, pero mi cabeza sigue siendo la cabeza de un gordo. En casa no tengo platos de tamaño común, sino platitos. Armo una picada y corto todo muy pequeñito. Quienes me acompañan, lo aceptan”, cuenta ella.

Recuerda Soledad que en el momento más crítico sólo tenía la certeza de saber que se estaba muriendo, hasta que irrumpió otra, igual de definitiva, pero que le cambió la vida: “Entendí que me merezco estar bien, después de ver a un tío que murió a causa de la obesidad”. Ella sufría entonces de hipertensión, diabetes y picos de presión por los que terminaba hospitalizada. Había probado con “mil y una dietas, pero fracasé con todas”, dice, y aunque llegar a la intervención no le resultó nada fácil porque no lograba bajar el 10% de su peso que le exigen a todos los pacientes para entrar a quirófano, finalmente se operó “y a la semana empecé a ver cambios. Tenía 7 u 8 kilos menos. Hoy siento que fue lo más importante que hice en mi vida”.

De cualquier modo, el tratamiento no terminó con el bypass gástrico. “Tengo mucha conducta porque tengo pánico a reganar peso”, reconoce Soledad, “cuando siento que estoy ansiosa, pongo en la heladera una foto mía de antes y se me van las ganas de comer. Es una lucha de todos los días. Cuando voy a una panadería pido una factura o en un negocio diez almendras; cuando quiero comer fideos me hiervo diez mostacholes”.

Desde su experiencia, Padovani está convencida de que “no hay políticas públicas saludables. Los alimentos tienen entre 4 y 7 octógonos, pero no hay nutricionistas en los hospitales ni podés hacerte allí una cirugía bariátrica. Tampoco hay muchos psicólogos”, lamenta, sobre todo considerando que “cambiar la cabeza es lo que más cuesta, porque la comida es nuestra droga y tenemos que convivir con eso todos los días. No podemos escaparnos”.

“LO PROHIBITIVO NO SIRVE”

Analía (53) también se sometió a un bypass gástrico en marzo de 2019, un recurso que ella considera “extremo” y al que llegó después de considerarlo durante dos años, una vez que le dieron la seguridad de que iba a poder comer de todo. “Menos, pero de todo. Esa tranquilidad en mí funcionó, pero hay que trabajar con esto toda la vida”, revela en un mano a mano con EL DIA.

“Yo me denomino obesa en tratamiento, porque es una enfermedad crónica y multifactorial, que dudo que tenga cura. Tenemos que mantener toda la vida hábitos saludables, regular las porciones, los tamaños y contenidos. Y son elecciones permanentes, porque lo tentador no es saludable. Aunque vea una planta de lechuga entera, con un montón de tomates cherry, no me va a gustar de la misma manera que una hamburguesa. Y lo prohibitivo tampoco sirve”, reflexiona.

En esto coincide Canonge, al cuestionar las dietas muy restrictivas y sugerir que es mucho más efectiva la información que la prohibición.

“Hay que legalizar el placer que sentimos frente a este tipo de alimentos y aprender a regularlo, porque es normal”, detalla la nutricionista, aludiendo a “la dopamina, esa sustancia que empieza a secretar cuando vemos estas comidas y nos llega la sensación de recompensa”. De nuevo, sugiere que la información ayuda en la medida que sepamos cómo comportarnos frente a estos estímulos: “Es importante comer más despacio; a veces por la vergüenza de comer lo prohibido no terminamos de disfrutarlo; y hacerlo en porciones más pequeñas”.

Analía pone un ejemplo que expone esta autorregulación: “Si me dan a elegir entre dos rodajas de zapallo y un huevo duro o media hamburguesa, aunque sea chica, voy a comer la media hamburguesa. Prefiero restringir el tamaño antes que elegir lo saludable. Le decimos elección antes que restricción, porque me resulta más fácil regular porciones, con platos más chicos o cortando en tres una sola porción de pizza, que descartar las harinas de mi vida”.

Si en Soledad la decisión de operarse llegó con la muerte de un familiar, Analía resolvió hacerlo cuando su médico le preguntó cuántos abuelos obesos conocía. “Se me cayeron las lágrimas”, confiesa, “los obesos no llegan a viejos por las patologías asociadas”.

Precisamente, en las llamadas “zonas azules”, que son aquellas en las que viven las personas más sanas y longevas del mundo, es muy popular la “regla del 80 por ciento”, que implica dejar de comer cuando sus estómagos no están totalmente llenos (ver aparte).

Es que la distorsión del volumen de los alimentos que ingerimos y los utensilios que usamos para hacerlo también es universal, y no sólo las personas obesas subestiman las porciones. También hay una distorsión del propio cuerpo: “A los 18 años yo pesaba 58 kilos y creía que era obesa, de la misma manera que cuando llegué a pesar 110 no me veía demasiado gorda y tenía hipertensión, insulino resistencia y no podía hacer ejercicio ni correr”, relata Analía, antes de cerrar: “Entiendo que hay que respetar todos los cuerpos, pero no acepto que digan que eso es saludable”.

En su consultorio de La Plata, Canonge aborda este tipo de historias a diario y las vincula con la conducta alimentaria humana: “Somos seres completadores”, porque hace millones de años la comida escaseaba y había que acumular para cuando no hubiera, “pero sabemos que ya funciona así y podríamos comer una porción justa, para repetir en otro momento. Es muy difícil desvincular a las personas de esas conductas y los consejos van de acuerdo a la problemática de cada una, pero la mayoría se restringe mucho y luego vienen los atracones”. Por eso la especialista resalta la importancia de disponer de información para “poder intercalar momentos saludables con los de otra calidad de comida, sumar la actividad física y cambiar algunos hábitos para tener un equilibrio, porque no es posible vivir con la restricción permanente”.

Considerando que “no comemos sólo por nutrición, sino también por placer y emociones”, Canonge reconoce que la asistencia psicológica puede resultar de mucha ayuda en determinados pacientes.

“Lo idea es llegar a un equilibrio entre lo saludable y lo que no lo es, sumando actividad física y cambio de hábitos”

“Lechuga y cherrys no tientan como una hamburguesa”

Sofía Canonge, Lic. Nutrición

“Hay que legalizar el placer que sentimos frente a este tipo de alimentos y aprender a regularlo, porque es normal”

 

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Lic. Nutrición Sofía Canonge

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